jueves, 25 de diciembre de 2008

Liberación. 4ª parte.

(Por P. M.) Nadie supo nunca cómo era Norberto en realidad, porque Norberto no era, no fue, nunca existió. Él era sólo un sueño, una ilusión, un personaje que a los miembros de la pandilla les gustaba recrear y al que atribuían todas aquellas cualidades y virtudes de las que ellos pensaban que carecían. Norberto no era bien recibido en ninguna casa ni jamás le aceptaron en matrimonio alguno de conveniencia. Odiaba a los hipócritas y a los geógrafos porque, según él, nunca dijeron verdad auténtica. Los de la pandilla no jugaban bien al fútbol sala, por lo que Norberto optó por seguir las carreras de caballos. Era bueno apostando, siempre sobre seguro. Tenía un séptimo sentido que le permitía adivinar el futuro, de modo que siempre sabía qué caballo iba a ganar. Con 17 años, Norberto entró en la escuela de astrología aplicada a un punto, en la que se licenció dos años después. A partir de entonces, su vida no fue fácil para él. Perdió sus recomendaciones, sus papeles y sus amigos influyentes. Norberto no era como Antonio, nunca supo vivir y además tenía la nariz muy larga. Requirió el apoyo de la pandilla a la que consideraba su primera familia y la pandilla le dio la espalda. Norberto era poeta, se moría de pena y penaba por morir, exhalaba unos suspiros que al buen Dios ponían espanto. Pero un día, la suerte llamó a su casa y se fue con ella. Entonces, Norberto descubrió que no necesitaba nada, ni un turismo, ni un lecho donde dormir, ni un aparato receptor de ondas acústicas. Ni siquiera necesitaba comer o beber, trabajar o dormir. Él era sólo una ilusión de mentes enfermizas y había vivido engañado todo este tiempo. Norberto no había sabido andar derecho por la vida y no podía creerlo todo a pies juntillas. Era cojo y sólo sabía hacer buenos nudos, amén de tortillas de patata como ruedas de camión. Adiós, Norberto. No queremos aceptarte, no pensaremos más en tí. Majo.

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