Para demostrar falsamente que no soy egoísta, comenzaré esta bitácora delirante (estoy con la rima subida) con unos textos que no son míos, aunque sólo los tenga yo. Fueron escritos por un antiguo compañero de estudios o tal llamado Pablo Mogollón (parece que haya pasado un siglo desde la última vez que nos vimos y, ciertamente, un siglo, el XX, ha pasado). Creo que éramos almas afines, y junto a un amigo común, que respondía cuando le llamabas Fernando, formábamos un buen equipo; éramos como los tres mosqueperros, pero sin mear las ruedas de los autos. Compartíamos el mismo sentido del humor y el mismo gusto por los emparedados. Pablo garabateó varias páginas durante varias tediosas clases de no sé qué asignatura; yo las ojeé, me hicieron gracia y se las pedí para leerlas tranquilamente en mi casa, y creo que fue lo que las salvó de un futuro incierto en cualquier papelera de mala muerte o, quién sabe, una cocina de leña incólume al avance de la civilización, donde servirían para avivar la llama... ¡Triste final para tan acertadas naderías! Pero aquí están, por fortuna, con toda su inconsistencia intacta.
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