en la vida. Era aguerrido de nombre y bastardo de apellido. Fuerte, inconstante, rencoroso, Antonio dejó la escuela a los 26 años y se lanzó por entero, ciegamente, a la vida instrumental, esto es, se dedicó a la música. La música era su vida, su contento, su pasión, sus órdenes, mi sargento. Antonio también era pescador por lo que después de dejar a su familia se le conoció por Martín. Durante los fríos y secos inviernos del Sur-Oeste de Albarracín, cuando los céfiros y los Austros barren las prístinas llanuras, y los abetos elevan sus copas nevadas, anhelantes, hacia el cielo, gustaba Antonio de atrapar sus arreos de pesca, entre los que se contoba
un anzuelo y un sedal, y dirigirse con muecas salvajes al lago de San Marcial. Es éste uno de los lagos con más agua de todo el pueblo y en el que más peces con branquias había. Antonio nunca consiguió pescar nada aunque tampoco lo intentó. A decir verdad, él mismo se tragaba el cebo, porque no quería que los peces deglutaran esa porquería artificial y antiecológica. Antonio es un filántropo, un enamorado de los llanos coralinos y de los gatos pardos, sobre todo por la noche. Antonio nunca ha visto nada con buenos ojos. Es ciego, el pobrecito, y tampoco pertenece a este mundo, como Andrés. Le gusta soñar, soñar en blanco y negro, con un futuro que te permita ver algo limpia y claramente, sin suciedad, sin impurezas, sin mácula. Antonio quisiera tener una fábrica de detergentes.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
Liberación. 3ª parte.
(Por P. M.) Cuando Andrés fue encarcelado ninguno de sus amigos se preocupó por él. Sólo Antonio, que trató de vender el coche para pagar la fianza, pero al final su conciencia occidental se lo impidió. Antonio fue uno de los últimos en incorporarse a la pandilla. A pesar de todo, pronto quedaron patentes su ambición y dotes personalísimas para el mando. Él fue el único que triunfó
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