(Por P. M.) ¿Para qué hablar de Sindulfo? ¿Dónde nació? ¿Cuáles eran sus aficiones literarias? ¿Quién le echó la primera mano? ¿Hubo alguna vez algo que le interesara lo más mínimo? Estoy por decir que sí, pero mejor diré que no. No, nadie quería a Sindulfo, ni a nadie él apreciaba. Era raro. Pazguato. Quimérico. Alevoso. ¿Por qué preocuparse de si alguien le llevó alguna vez los libros a la escuela? Los de la pandilla lo encontraron una mañana de Abril dormitando en posición fetal dentro de un cubo de basura.
Los de la pandilla están hartos, locos por encontrar a alguien en algún cubo de basura y con este propósito visitaban todas las mañanas los callejones oscuros haciendo las delicias de los gatos con su tronío. Sindulfo se dejó llevar, como una pluma del viento, se dejó llevar, como una sombra de la luz, de dejó llevar, como una cereza del ornitorrinco, de dejó llevar... Fue enjalmiado, desinfectado y azorrado; las alcantarillas le dieron cobijo, las húmedas piedras le dieron la paz, la luz de la mañana le dio su consuelo. Sindulfo engordó y, al poco, le fue imposible utilizar las salidas de servicio. Los de la pandilla consideraron finalizada su educación y lo echaron al mundo. ¿Quién no hubiera querido ser tan respetado como él lo fue? ¿O tan empalagoso? ¿O tan sucio de
alegrías? A nadie conocía Sindulfo, a nadie de este mundo, y todos se postergaban a su paso, y le besaban la mano, y de bebían sus palabras. Sin embargo, como todo ha de llegar, llegó el Otoño y con él, el fin del mundo. Las estrellas se desplomaron y cayeron sobre la tierra, atrapando a Sindulfo en un confuso magma de gualda y azul. ¿Quién soy? ¿A qué se debe? Se debe la vida y la hacienda. Nadie puede defraudar a hacienda y quedar impune. Sindulfo se drogaba y además sufría de calvicie prematura. Un desastre, amigo, una letanía...
Los de la pandilla están hartos, locos por encontrar a alguien en algún cubo de basura y con este propósito visitaban todas las mañanas los callejones oscuros haciendo las delicias de los gatos con su tronío. Sindulfo se dejó llevar, como una pluma del viento, se dejó llevar, como una sombra de la luz, de dejó llevar, como una cereza del ornitorrinco, de dejó llevar... Fue enjalmiado, desinfectado y azorrado; las alcantarillas le dieron cobijo, las húmedas piedras le dieron la paz, la luz de la mañana le dio su consuelo. Sindulfo engordó y, al poco, le fue imposible utilizar las salidas de servicio. Los de la pandilla consideraron finalizada su educación y lo echaron al mundo. ¿Quién no hubiera querido ser tan respetado como él lo fue? ¿O tan empalagoso? ¿O tan sucio de
alegrías? A nadie conocía Sindulfo, a nadie de este mundo, y todos se postergaban a su paso, y le besaban la mano, y de bebían sus palabras. Sin embargo, como todo ha de llegar, llegó el Otoño y con él, el fin del mundo. Las estrellas se desplomaron y cayeron sobre la tierra, atrapando a Sindulfo en un confuso magma de gualda y azul. ¿Quién soy? ¿A qué se debe? Se debe la vida y la hacienda. Nadie puede defraudar a hacienda y quedar impune. Sindulfo se drogaba y además sufría de calvicie prematura. Un desastre, amigo, una letanía...


Era bueno apostando, siempre sobre seguro. Tenía un séptimo sentido que le permitía adivinar el futuro, de modo que siempre sabía qué caballo iba a ganar. Con 17 años, Norberto entró en la escuela de astrología aplicada a un punto, en la que se licenció dos años después. A partir de entonces, su vida no fue fácil para él. Perdió sus recomendaciones, sus papeles y sus amigos influyentes. Norberto no era como Antonio, nunca supo vivir y además tenía la nariz muy larga. Requirió el apoyo de la pandilla a la que consideraba su primera familia y la pandilla le dio la espalda. Norberto era poeta, se moría de pena y penaba por morir, exhalaba unos suspiros que al buen Dios ponían espanto. Pero un día, la suerte llamó a su casa y se fue con ella. Entonces,
Norberto descubrió que no necesitaba nada, ni un turismo, ni un lecho donde dormir, ni un aparato receptor de ondas acústicas. Ni siquiera necesitaba comer o beber, trabajar o dormir. Él era sólo una ilusión de mentes enfermizas y había vivido engañado todo este tiempo. Norberto no había sabido andar derecho por la vida y no podía creerlo todo a pies juntillas. Era cojo y sólo sabía hacer buenos nudos, amén de tortillas de patata como ruedas de camión. Adiós, Norberto. No queremos aceptarte, no pensaremos más en tí. Majo.

un anzuelo y un sedal, y dirigirse con muecas salvajes al lago de San Marcial. Es éste uno de los lagos con más agua de todo el pueblo y en el que más peces con branquias había. Antonio nunca consiguió pescar nada aunque tampoco lo intentó. A decir verdad, él mismo se tragaba el cebo, porque no quería que los peces deglutaran esa porquería artificial y antiecológica. Antonio es un filántropo, un enamorado de los llanos coralinos y de los gatos pardos, sobre todo por la noche. Antonio nunca ha visto nada con buenos ojos. Es ciego, el pobrecito, y tampoco pertenece a este mundo, como Andrés. Le gusta soñar, soñar en blanco y negro, con un futuro que te permita ver algo limpia y claramente, sin suciedad, sin impurezas, sin mácula. Antonio quisiera tener una fábrica de detergentes.
decirse que Andrés era un inconformista, un fracasado, pero nadie defendería esta afirmación ni a pie ni a caballo. Él pensaba que la literatura era un instrumento mediante el cual las letras se insertaban de modo cabal en un medio de expresión físico y a la vez sentimental. Andrés no sabía lo que decía, era un loco extravagante que dormía en los parques sobre lechos de hojas secas de periódico. Y era feliz. Como Manolo,

